Isla 04

A pocos días de haber celebrado el plebiscito constitucional y del resonante triunfo del apruebo en las urnas, nos encontramos en un momento decisivo, expectante, dentro del proceso de (re)politización marcado por la revuelta popular de octubre de hace un año atrás. Cuando hablamos de (re)politización nos estamos refiriendo, entre otras cosas, a la recuperación de aquella dimensión de la política que nos ha sido denegada durante décadas: la posibilidad de imaginar, proponer y decidir –por medio de la voluntad popular y sin los amarres que imponen las élites– la forma en que deseamos establecer nuestra vida en común. Las asambleas barriales, las marchas que se tomaron el espacio público y la palabra de los sin voz plasmada en los muros de la ciudad, son todas manifestaciones que nos hablan del vuelco de lo político hacia la vida. Precisamente, porque se trata de algo que rompe con todos los diques impuestos por la institucionalidad transicional, este proceso de reconfiguraciones políticas (colectivas y personales) excede por mucho la lógica electoral. Y si bien el apruebo constituye un triunfo significativo e histórico, también es cierto que no se ha detenido el curso de una revuelta que tiene por horizonte “hasta que la dignidad se haga costumbre”.